Sam
abrió los ojos. Un enorme foco de luz hizo que los tuviera que volver a cerrar
enseguida. Poco a poco volvió a abrir los ojos, primero dejando pasar un poco
de claridad entre las pestañas, mientras se iba acostumbrando a la luz, hasta abrirlos
del todo sin mirar directamente el foco de luz. Sintió que estaba tendido sobre
una superficie dura y fría. Quiso frotarse los ojos con una mano, pero no pudo
mover ninguna. Algo duro y fuerte que le estaba sujetando las muñecas. Intentó
mover una pierna, pero tampoco pudo. Estaba atado de pies y manos. Se sentía
aturdido y algo mareado como con un peso sobre la cabeza. ¿Dónde estaba? Él tan
solo recordaba que se había tumbado en el sofá de su casa a dormir una siesta,
cosa que solía hacer a menudo, y que se había tapado con su manta de ver la
tele, junto a su perro, un enorme mastín ya algo viejo.
Volvió
a cerrar los ojos porque pensó que no estaba viviendo más que un mal sueño. Al
cabo de unos pocos segundos los volvió a abrir. Nada había cambiado. Seguía
atado sobre esa misma superficie dura y fría. En ese momento se dio cuenta de
que estaba desnudo, completamente desnudo. Su corazón le dio un vuelco. ¿Cómo
había llegado hasta ahí? ¿Qué había sido de su salón, su televisor, su sofá?
Intentó desatarse, pero lo que fuera que le estaba sujetando por muñecas y
tobillos se clavó con mayor vehemencia en la carne.
Entonces
gritó:
--¡Socorro!¡Socorro!¡Ayúdenme!
El
silencio era aterrador.
--¡Socorrooooo!
De
pronto oyó un murmullo, unos sonidos extraños de algo que se estaba acercando.
Sam
calló.
El
murmullo se oía cada vez más cerca. Parecía un idioma, pero desconocido para él
y totalmente ininteligible.
Sam
entró en pánico.
--¡Sáquenme
de aquí!
El
murmullo cesó durante unos segundos. Luego empezó de nuevo y se acercaba cada
vez más.
De
pronto sintió Sam una presencia. No podía girar la cabeza, porque estaba sujeta
por un artilugio. La presencia se acercaba. Sam sudaba y entonces lo vio: sobre
él se asomaba una cabeza espantosa. Blanca, con unos grandes ojos negros
desproporcionados, que no dejaban espacio para la esclerótica, sin párpados,
cejas, ni pestañas, una boca muy pequeña y nada de pelo. Cuando ese extraño ser
se inclinó sobre Sam, a éste se le heló la sangre. Estaba tan cerca que Sam
podía percibir su respiración, lenta y pausada.
De
pronto se asomaron otras tres cabezas similares a la primera sobre él, todas
mirando a Sam como si le estuvieran estudiando. Las tres entidades empezaron a
hablar entre sí, en ese murmullo ininteligible que Sam había oído antes.
Sam
las miraba aterrado. ¿Quiénes serían esos monstruos? ¿Qué hacía él ahí? ¿Cómo
había llegado hasta ese sitio?
Entonces,
uno de los monstruos acercó algo parecido a una mano con cuatro dedos y le tocó
la frente. Al tacto la mano era suave, pero fría como la piel de un
invertebrado. De pronto sintió Sam que la entidad le hablaba sin abrir la boca
y que él entendía lo que le estaba diciendo como en una transmisión de
pensamiento.
--
Estas con nosotros en nuestra nave. Te hemos llevado de tu planeta para hacer
un estudio de los seres de la Tierra. Te estamos estudiando. Somos pacíficos.
La
voz que oía solo en su cabeza era agradable.
--Vamos
a nuestro planeta. Queremos conocer más a los humanos.
Sam
intentó comunicarse con los pensamientos.
--No
sabemos cuándo puedes volver. Formas parte de un importante estudio.
Los
tres alienígenas le estudiaron un poco, le midieron y le tocaron todo el
cuerpo, mientras tomaban notas con unos extraños aparatos Al cabo de un rato se
marcharon de nuevo y le dejaron solo en la habitación. Apagaron el foco de luz
y dejaron a Sam a oscuras en la habitación sobre la mesa fría. Sam tenía frío y
una sed terrible. La boca la tenía seca y la lengua pastosa y las extremidades
le dolían cada vez más y la espalda también le dolía. No sabía cómo moverse y
estar siempre en la misma posición le resultaba cada vez más insufrible. Toda
esa incomodidad se mezclaba con miedo. ¿Qué iría a ser de él?¿le abrirían en
canal para estudiarle por dentro?¿Acabaría como un animal disecado en un museo
de otro planeta? ¿Cuándo despertaría de esa pesadilla?
Algo
terrible había ocurrido ese ese día al echarse la siesta. Unos extraterrestres
le habían raptado y se lo habían llevado en una nave espacial para un estudio
de los habitantes del planeta tierra. Él, Sam, un conductor de autobuses normal
y corriente, divorciado que vivía con un perro había sido uno de los ejemplares
de terrícolas elegidos para formar parte de ese estudio. De todos los seres
humanos de la tierra, había sido él al que le había tocado ser un caso para
estudio de unos extraterrestres. No podía dar crédito a su mala suerte.
Al
cabo de un tiempo se abrió de nuevo la puerta y se encendió el foco. La fuerte
luz le hacía daño en la retina. Pasó junto a Sam una entidad parecida a las
anteriores, solo que algo más gruesa. No dijo nada, tan solo empujó la mesa
sobre la que estaba tendido Sam y lo sacó de la habitación. Sam que solo podía
mirar hacia arriba, pudo observar que le llevaban por un pasillo largo e
iluminado con luces blancas y frías parecidas a las de neón hasta llegar hasta
una celda donde el extraterrestre le desató y Sam se pudo bajar de la camilla.
La celda no tenía puerta, de modo que Sam podía ver parte del pasillo por el
que le habían traído. En el suelo había un camastro y sobre este un mono verde.
Junto al camastro había una mesa baja con unos frascos. Por lo demás la celda
no tenía ningún otro mobiliario. La entidad muda, que debía ser algo así como
un celador o funcionario de prisiones abrió el frasco y sacó una pastilla que
obligó a Sam a metérsela en la boca. La pastilla se deshizo sobre la lengua sin
necesidad de tragársela. Inmediatamente desapareció la sensación de sed y
también de hambre. Sam pensó que le habían drogado, pero casi se sintió aliviado.
Se dijo a sí mismo que casi prefería estar drogado dadas las circunstancias. El
celador desapareció y Sam, que sentía un poco de frío, se vistió con el mono.
El tejido era ligero, pero abrigaba. Era muy agradable al tacto. Entonces
intentó salir de la celda, pero recibió una fuerte descarga eléctrica que le
produjo durante unos segundos un dolor insoportable. Sam se tiró al suelo.
Cuando
se le hubo pasado un poco ese dolor, se sentó sobre el camastro. Y contempló la
celda. Era austera y muy limpia. Estaba carente de todo adorno y totalmente
aséptica. Las paredes eran blancas y el suelo, de baldosas grises e impolutas.
Levantó la cabeza y entonces vio que justo delante de la suya, al otro lado del
pasillo, había otra celda similar y que había alguien dentro. Se fijó y había
un hombre negro con un traje similar al suyo sentado sobre un camastro.
--Oye.
Psss.
No
hubo respuesta.
--Oye
–dijo un poco más alto.
Entonces
el negro levantó la cabeza y le saludó. Sam se acercó a la puerta.
--Hola.
Me llamo Sam. ¿Hablas mi idioma?
--Sí,
sí.
--¿Llevas
aquí mucho tiempo? ¿Dónde estamos?
--Yo
llevo un par de semanas. No sabría decirte con exactitud cuánto, porque no hay
relojes ni cómo contar las horas. No hay ventanas para poder orientarte. Pero
yo calculo que llevo un par de semanas, aunque pueden ser meses o años. Creo
que nos llevan en esta nave porque quieren hacer un zoo o alguna especie de
museo de Ciencias Naturales en su planeta. En la celda en la que estás tú, hubo
antes un indio de Calcuta. Muy majete, pero hace tiempo que no lo veo. Si te
digo la verdad, creo que ha muerto. Es posible que lo hayan matado. A veces te
llevan a un laboratorio para hacer experimentos. En uno de los armarios del
laboratorio tienen cabezas humanas que conservan en frascos, pero antes las han
reducido, como lo hacían los jíbaros. Todo eso, si no te vuelves loco antes.
El
negro soltó una carcajada histriónica.
--¿Qué
me dices? --A Sam el corazón le dio un vuelco.
--Lo
que oyes.
--A
mí me han llevado a ese laboratorio. Han abierto una ficha con unos datos míos
y me han medido de todo. No son agresivos, ni nunca han hecho conmigo ningún
experimento raro, pero a veces se les va de las manos. Creo que vamos camino de
su planeta que debe de estar muy lejos en otra galaxia. Lo que ocurre es que
tienen una tecnología muy avanzada y la nave se mueve con una energía especial,
como una especie de campo electromagnético que hace que la nave vuele a una
velocidad superior a la de la luz. Son pacíficos y se comunican con nosotros a
través del pensamiento.
--¿Hay
más como nosotros?
--Sí.
Somos media docena, pero no nos mezclan. Lo sé porque los veo pasar. A veces
van andando y a menudo vuelven en camilla. Hay una mujer blanca, muy guapa y
rubia, un chino, una mexicana, tú y yo.
--¿Y
qué tipo de experimentos hacen?
--Pues,
por ejemplo, te rapan un poco la cabeza y te colocan una especie de electrodos
y miden cosas. No sé muy bien qué, pero salen unas cifras y unos datos en una
especie de megaordenador que tienen en ese laboratorio. Claro que no entiendo
nada porque tienen otra escritura diferente y los números no se parecen a los
nuestros. Pero creo que tiene un idioma muy complejo y avanzado. Cuando se
comunican con nosotros a través del pensamiento, tienen que bajar mucho su
registro, sino no les entendemos. Son una cultura muy avanzada.
--¿Y
por qué crees que quieren estudiar al ser humano?
--Pues
yo creo que es una especie de estudio científico. Yo creo que nos deben
clasificar como una especie muy inferior y poco desarrollada. Como animales. A
veces te meten en una especie de urna, para ver si aguantas. En esa urna
reproducen la presión, el clima y el aire de su planeta. A mí me lo han hecho y
se aguanta bien. Es muy parecido al de la tierra. Solo que el aire es muy
limpio, tan limpio que te acaba doliendo un poco la cabeza. Creo que están
viendo la posibilidad de si somos capaces de sobrevivir en el planeta. Aunque
casi siempre nos tienen aislados a veces nos juntan para ver cómo nos
comportamos. Así que nos llevan a una sala y nos sueltan, mientras nos estudian
desde detrás de unos cristales. Uno de ellos, el que más se acerca y te habla,
debe de ser el jefe o el comandante de la nave. De comer tan solo te dan esas
pastillas que tienes encima de la mesa. La verdad es que te quitan hambre y sed
a la vez, pero tengo unas ganas de comerme un filete de verdad.
--¿Crees
que volveremos algún día a casa?
--Creo
que no volveremos. Nos llevan a un sitio muy lejano.
Sam
se acordó de su perro, Buby, y le dio mucha pena la idea de no volverlo a ver.
¿Qué sería de él? ¿Se lo llevarían a algún refugio? Pobre, era un perro viejo y
no lo iba a querer nadie.
Entonces
el negro se levantó un poco la manga del uniforme. En el antebrazo llevaba un
tatuaje con un símbolo extraño un triángulo equilátero con unas extrañas cifras
en el centro.
--¿Eso
que es? --preguntó Sam.
--A
todos nos tatúan con algo parecido. Creo que es una forma de clasificarnos e
inventariarnos. Lo que varía son las cifras del centro. Pronto te tatuarán la
tuya también si no lo han hecho ya. Detrás de la oreja te implantarán un chip,
con el que te tienen del todo controlado.
Sam
se miró el brazo y efectivamente llevaba tatuado un triángulo parecido, solo
que los signos eran diferentes.
--Bueno,
yo ya estoy clasificado también.
Entonces
sonó una fuerte sirena.
--¿Qué
pasa?
--Ahora
en unos segundos apagarán la luz. Te recomiendo que vayas a tu camastro y te
prepares para dormir. En cuanto apagan la luz no se ve nada.
--Gracias,
buenas noches.
Sam
se dio la vuelta y se acercó al orinal que le habían dejado en una esquina
donde desaguó, se quitó el mono verde y le dio tiempo a meterse en la cama y
taparse antes de que apagaran las luces y se hiciera una oscuridad total.
Pronto se durmió exhausto.
Cuando
se despertó el celador que le había traído habían entrado en su celda. Le
indicó que se pusiera el uniforme, y señaló el frasco de las pastillas para que
se tomara una y le indicó que le siguiera. Desactivó las descargas eléctricas
de la puerta de la celda de Sam y caminaron por el largo pasillo. Entonces Sam
tuvo oportunidad de echar un vistazo a sus compañeros de destino que le miraban
al pasar, algunos se acercaban a las puertas para verle mejor.
La
mujer rubia le gritó al pasar:
--Hola
guapo.
El
mejicano le dijo:
--¡Otro
desgraciado!
El
alienígena le llevó a una especie de laboratorio con una mesa de operaciones en
el centro de la sala y unas vitrinas con instrumentos de cirujano en su
interior. En ese laboratorio esperaban otros tres extraterrestres. Posiblemente
los mismos de la vez anterior. Todos ellos permanecieron en silencio. Sam
sintió un escalofrío, las piernas le temblaban y sintió ganas de orinar, pero
pudo contenerse. No sabía rezar, pero en ese momento se acordó de su dios. Entonces
se acercó uno de esos seres. Eran más altos que él, medirían unos dos metros,
un poco menos. El ser le miró a los ojos fijamente y Sam sintió una gran
tranquilidad. Entonces le tumbaron en la mesa de operaciones y le suministraron
una sustancia que le sedó.
Al
despertar sintió un pequeño pinchazo debajo de la oreja derecha, en el pequeño
hoyuelo que hay detrás del lóbulo y se tocó. Ahí tenía una pequeña herida, una
costura minúscula de unos tres puntos. Le habían implantado un chip. Estaba de vuelta en su celda. Se sentía un
poco mareado, pero sobre todo desconcertado. Se levantó del camastro. Y comenzó
a dar vueltas por la celda, después se asomó y el negro de la celda de enfrente
no estaba. El pasillo estaba en silencio. No se oía nada del resto de celdas.
--¡Hola!
¿Hay alguien ahí?
Silencio.
--¡Hola!
¿Hay alguien? --dijo un poco más fuerte.
--¡Calla
desgraciado! --se oyó una voz femenina desde lejos.
--¡Hola!
--¡Que
te calles! --repitió la misma voz.
--¿Cómo
te llamas? ¿Quién eres?
--¡Y
a ti qué te importa! ¡Cállate!
--¿A
dónde se han llevado al negro?
--¡Eso
no se pregunta! --contestó una voz masculina con acento.
--¡Quiero
salir!¡Que se acabe esto ya!
Sam
intentó de nuevo atravesar la barrera invisible del vano de la puerta, pero en
cuanto intentó tocarla, le soltó una descarga de tal magnitud que le lanzó unos
metros hacia el interior de la celda.
--¡Malditos
bichos! --gritó y se apretó los dientes hasta que se pasó un poco el fuerte
dolor.
Entonces
se oyó un ruido por el pasillo. Una mezcla de extraños sonidos o voces, similar
a lo que había oído el primer día cuando le secuestraron. Por el pasillo se
acercaban algunos de los centinelas, entraron en la celda de Sam y le
inyectaron una sustancia que le dejó completamente dormido durante un tiempo.
Se levantó con la cabeza embotada y una sed tremenda, así que se tomó un par de
las pastillas. Se sentía dolorido y febril, le dolían las articulaciones, pero
aun así se paseaba como un perro enjaulado por la celda dando vueltas por toda
la celda. Al cabo de un tiempo volvieron los centinelas, lo tumbaron sobre el
camastro y le inyectaron una sustancia verde en el brazo. Sam intentó luchar
para que no le inyectaran esa sustancia, pero ellos hicieron fuerza y lo
ataron. Cuando el líquido comenzó a hacer efecto, sintió frío por los pies, un
frío que le fue subiendo primero por las pantorrillas, las rodillas, los
muslos, el estómago y el esternón. Cuando llegó el frío al corazón, Sam perdió
el conocimiento.
Un
tiempo más tarde Sam fue recobrando el conocimiento y sintió algo templado y
húmedo sobre la mejilla. ¿Qué sería aquello? ¿Qué estrían haciendo con él?
Abrió los ojos. Junto a su cara sintió un aliento húmedo y caliente y una
fuerte respiración. Se despertó con su perro lamiéndole la cara. Sam estaba
feliz de volverlo a ver. Se abrazó al animal y lo acarició. ¡Todo había sido
una pesadilla solamente! La lata de sardinas que se había comido en el almuerzo
debía haberle sentado mal. Volvió a acariciar al viejo animal. Se levantó para
ir a la cocina y darle un poco de pienso. Al levantarse se sintió algo mareado.
Entonces se miró el brazo y descubrió que ahí estaba el triángulo y los
extraños símbolos. La piel estaba aún un poco irritada por el nuevo tatuaje.
Sam se sobresaltó y se tocó detrás de la oreja derecha y notó una pequeña
protuberancia y unos puntos.